GILGAMESH. EL HÉROE OLVIDADO
Recuerdo con cariño al profesor José Miguel Serrano, de la Universidad de Sevilla, apoyado sobre la mesa del aula hablando de Gilgamesh, de su epopeya… Me quedé subyugado por la historia, por el personaje, por la pasión de quien hablaba de corrido sin pararse un segundo a mirar una nota. Me atrapó aquella fascinación por alguien de quien jamás había oído hablar. Y decidí buscar información, leer artículos, libros. Hasta que me hice con un ejemplar de la epopeya.
Ahí nació mi admiración por el personaje. A través de once cantos o tablillas te vas acercando a un ser mitológico, a medio camino entre la realidad y la leyenda. Un ser maravilloso, de más de cinco metros de altura ―el doble que el gigante Goliat―, que logró reinar 126 años (este dato aparece en la lista real sumeria de reyes de Uruk). Un ser sombrío y algo atormentado que buscaba la inmortalidad.
En la primera historia épica de la literatura universal vemos a un hombre, semidiós, hijo de un sacerdote y la diosa Ninsum, que afrontará una relación prodigiosa con Enkidu, el enviado de los dioses. Este <<enviado>>, luchará contra Gilgamesh y al ser el resultado equilibrado, entablarán una amistad que pondrá en jaque a los dioses, los cuales enviarán al Toro de las Tempestades para derrotarlos. Ambos héroes se unen y lo vencen, iniciando un camino en busca de la gloria donde se enfrentarán a seres fantásticos.
Pero los dioses son perversos, y la diosa Inanna (Ishtar o Astarté para los babilonios) se enamora de Gilgamesh y, ante su rechazo, decide junto al resto de divinidades castigar a Enkidu con la muerte. Sumido en una profunda tristeza, el héroe inicia un frustrado camino en busca de la inmortalidad. Llegará a conocer a un sabio que se salvó del Diluvio junto a su mujer, que lo devuelve a la realidad: <<la inmortalidad es un don exclusivo de los dioses y es una locura aspirar a ella>>, llega a decirle.
Seis tablillas nos hablan de la amistad forjada tras una lucha de titanes; cinco más, lo hacen sobre la inmortalidad, de la planta de la juventud que robó una serpiente (por eso muda su piel); y una última, posterior a la obra original, sobre el Más Allá. Una obra incompleta que nos habla de un ser que debió vivir en la noche los tiempos de nuestra civilización, al abrigo del nacimiento de la escritura, la cuneiforme. Que reinó con templanza y firmeza. Que construyó las murallas de la ciudad de Uruk (actual Warka).
La historia de un sacerdote-rey, quinto soberano de la primera dinastía sumeria, que legó su reino a su hijo; que disfrutó en la búsqueda de la gloria; y que no alcanzó su sueño más preciado: la inmortalidad.
Pero sí, Gilgamesh, lo conseguiste. Sí fuiste inmortal. Lo lograste a través de una obra que traspasó fronteras, épocas, culturas… Una obra que abrió un camino: la literatura épica. Que sirvió para que otros grandes, como Homero, bebieran de su fuente para reflejar mejor a Odiseo. Que ha perdurado más de cinco mil años. Y que llegó a mí, en la cálida voz y la pasión de un magnífico profesor de universidad.
Jcgescritor 8/03/18